sábado, 22 de octubre de 2011

FRAGMENTO DE "LA PLAYA DE REBECA"


Este fragmento pertenece al capítulo titulado "¿La ira de Dios o de los hombres?":

Desperté sobresaltado, como esperando lo que mis ojos me estaban diciendo. Rebeca no estaba. Por un instante pensé que todo había sido un sueño, esa necesidad de mi subconsciente de crear algo bello, algo puro y limpio que me hiciese reconciliar con el mundo. Pero mis oídos me rescataron de mi pesar. Fueron ellos los que le indicaron a mis ojos que se volviesen al escuchar el sonido de un balancín en el salón. La puerta del dormitorio estaba entreabierta, y fue a través de ese escaso espacio por el que vi que era Rebeca la que provocaba aquel «maravilloso chirrido». Estaba sentada en la mecedora, frente a la ventana, observando el nuevo día con una expresión relajada en su rostro. Su cuerpo seguía desnudo, majestuoso, como formando parte de ese maravilloso día que acababa de empezar. No quise levantarme. Era todo perfecto, armonioso, lleno de luz, y simplemente me dediqué a observarla, a saborear el momento, esos contados momentos que siempre formarán parte de ti, y que justifican tu existencia en las situaciones amargas. Debí relajarme tanto que cuando mis ojos se volvieron a abrir, Rebeca ya no estaba. No importaba, la nota sobre la almohada que había dejado me reconfortaba; me tranquilizaba el saber que me esperaba esa noche allí, en la playa, como siempre, como venía siendo costumbre, EL MAR, REBECA Y YO.

El repicar de la puerta me devolvió a la realidad, esa realidad cotidiana que tan solo sirve de nexo con lo esperado, pero que no por ello quería desaprovechar. Recuerdo sus palabras al decirme que hiciese del tiempo mi aliado, que lo aprovechase, que aprendiese a convertir en positiva cualquier situación, y que sólo así conseguiría «elevar mi alma».

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