viernes, 28 de octubre de 2011

FRAGMENTO DE "LA PLAYA DE REBECA"


Este fragmento pertenece al capítulo VIII titulado "La esperanza de un mundo mejor":

Estaba serena, aliviada como ella misma había dicho, como si todo aquel mal trago le hubiese dado fuerzas renovadas, como si al fin su mundo empezase a estabilizarse y a reencontrar la serenidad perdida. La tarde llegaba a su fin, y no pude reprimir mis deseos de ver aquel nuevo atardecer en la playa. Un atardecer diferente para los dos, lleno de vitalidad y esperanza. Salimos de la casa con una amplia sonrisa en nuestros rostros, sintiendo la calidez de la tarde en todo nuestro ser. La tenue luz del atardecer prolongaba desmesuradamente nuestras sombras, mientras ella contaba minuciosamente con su mirada cada uno de sus pasos, abstraída en el tiempo, como esperando encontrar la salida tras las huellas dejadas sobre la arena. Tras el ocaso del sol, la luna y el mar se hermanaron en un frenético intento de mostrar su belleza. La luna llena derramaba su luz sobre aquel mar transparente y limpio, como invitándonos a abrazarnos a él, a sentir la calidez de su tacto sobre nuestros cuerpos. Sin decirnos nada, como si de una orden recibida se tratara, empezamos a desnudarnos lentamente, con la mirada fija en el horizonte, embobados por aquel hermoso resplandor que la luna producía sobre aquellas aguas de color cristal. Nuestros cuerpos se mezclaron con aquel líquido que destilaba frescura, transformando la calurosa noche en un mar de sensaciones. Nuestros chapoteos rebosaban en alegría y despreocupación, haciendo de aquellos momentos, algo mágico. No tardamos en salir, pero siempre recordaré aquella imagen de Rebeca de camino hacia la orilla. La contemplé en silencio, observando aquella brisa suave que rozaba su cuerpo, como si el cielo acariciase su piel y el viento no se atreviese a tocarla. Tenía la piel mojada, y las gotas se deslizaban suavemente a través de sus delicadas curvas. Estaba hermosa, más hermosa que nunca. Mientras ocultábamos nuestra desnudez bajo un par de toallas, Rebeca me sorprendió con una pregunta.

—¿Te has fijado en la luz del mar?

—Querrás decir en la luz de la luna —le respondí.

—No, me refiero a la luz del mar. Hoy está contento, porque la luna llena le transmite su energía. El mar es como nosotros, viene y va, se enfurece y se tranquiliza, y es totalmente dependiente de lo que le rodea. Su corazón palpita como el nuestro, y si se deprime, va descendiendo a esas profundidades cada vez más oscuras que lo aíslan y lo marginan. Pero esta noche no, esta noche la está saludando a ella, a la luna, a esa amante fiel y caprichosa que lo ilumina y le da vida. Esa amante apasionada que se hace esperar, que nunca cansa, y que promete volver una y otra vez mientras creamos en ella.

—Entonces, ¿son amantes el mar y la luna?

—Siempre lo han sido. Acaso, ¿por qué crees que la marea sube por la noche?

No hay comentarios: